martes, 1 de abril de 2008

CAÍN Y ABEL [22] - por Rafo León

EL PROFESOR TERRUCO

Puta’on, la otra semana he estado en una broncaza mostra contra el sistema alienado, ¿manyas? Puta’on, ¿tú computas a Córdova, el profesor ese del Bartolo que nos enseñaba no sé qué huevadas de sociales históricas? Compadre, un día se borró del Bartolo y ese curso, oe, lo empezó a dictar un mongo, ese que un día con Caca Verde y Chancro Jiménez le quemamos el pelo con fósforos en el ñoba del colegio, ¿manyas? Puta’on, yo me tiré la pera al Bartolo como quince días y, oe, tuve que volver la otra semana para buscar a un pata y me llaman de la secretaría. Puta’on, pensé, la mancada, oe, me botan del Bartolo. Puta’on, llego y la señora Chabela, puta, la secre, me entrega un sobrecito que ella había encontrado en su escritorio a mi nombre. Puta’on, me quité a leerlo y era un mensaje de Córdova, puta, que lo habían acusado de terruco y, oe, necesitaba esconderse, oe, sombrearse en algún jato por unos días. Puta’on, al toque hice el contacto que decía en el papelito y me presenté en mi jato con Córdova disfrazado de pacharaca y, oe, diciendo que era mi nueva hembrita y que yo, puta’on, me había regenerado y nos íbamos a casar en tres años. Puta’on, el plan era hacerlo entrar al jato como sea y, oe, después esconderlo en mi cuarto y, puta’on, tenerlo sombreado hasta que se quitase a otro sitio, ¿manyas? Puta, cuando mi vieja lo vio disfrazado de Teresita, oe, se puso mostra, le decía que qué bonito su vestido, su pelo rubio, sus anteojos. Puta’on, estaba felizasa de que yo hubiera dejado a Pocha Caracha por una secretaria del Ministerio de Educación, puta, una señorita de su casa y bien decente, chochera. Puta’on, cuando mi viejo entró, oe, se puso mosquísima con Teresita, choche, puta, al toque le invitó un ron y ya quería pedirle a la vecina el tocadiscos para hacer tono y, puta’on, bailar con mi profesor, chochera. Puta’on, mi vieja casi lo mata de celos y el pata se asó porque estaba arrechísimo, choche. Puta’on, al que no le bacilaba ni cagando Teresita era a mi mellizo Abel, que al toque le preguntó de dónde lo conocía antes y yo me cagaba de miedo porque Córdova le ha enseñado a Abel un año entero, choche. Puta’on, después le dijo que era muy mayor para mí y un montón de huevadas. Puta’on, la huevada era en qué momento lo escondía, choche. Puta, se me ocurrió una huevada, me quité a la cocina y grité: “¡Se metieron los choros!” y todo el mundo vino a computar. Puta’on, en la confusión agarré a Córdova, lo llevé hecho un pincho a mi cuarto y lo metí bajo la cama con mi frazada para que se tape. Puta’on, el sitio más seguro, ahí nunca barren y mi perro Asco se cuadró al lado para que nadie se acerque, choche. Puta’on, cuando mi vieja preguntó dónde estaba Teresita, oe, le dije que se había quitado porque es muy tímida y se olvidaron de ella, menos mi viejo, que hasta ahora me dice, oe, que por qué no traigo a mi hembrita al jato. Puta’on, el compañero Córdova estuvo bajo mi cama cinco días, choche, y nadie lo ampayó. Oe, yo en las noches, cuando el ganso de Abel ya estaba jateando, puta, le cantaba unos temas que improvisaba a Córdova para que se vacilara, y salieron unos mostrazos como éste, choche:

Puta’on, Córdova me decía que no cantara huevadas y que le diera papeo y, puta, compartía con él mi atún y la comida de Asco. Puta’on, un día me pidió que dejara una carta en otro jato y que ya se quitaba y lo volví a disfrazar de Teresita. Puta, librarlo de mi viejo fue más jodido que de la DIRCOTE, y se borró y no lo he computado más y no entiendo ni mierda de nada y he vuelto a Flatulencia a seguir luchando contra el sistema alienado, chochera…


Ay, señor, quién entiende al desquiciado ese de Caín, que tuvo que salir así a falta de la maravillosa leche de mi madrecita. Bueno, ya conocen esa historia, así que voy a proseguir con la última novedad que se ha producido en mi hogar. Fíjese que el otro día mi mellizo Caín se presenta con una mujerona de lo más huachafa, diciendo que era su nueva novia con la que se va a casar apenas sea mayor de edad. A mí la verdad que no me gustó de entrada, me pareció así como demasiado llamativa. Tenía un vestido camisero de media estación color salmón que le quedaba de lo más trinquete. Al cuello un pañuelo palo de rosa que no le pegaba y un pelo horrible, que a mí nadie me quita la idea de que era una peluca, porque la tal Teresita era media cholifacia y el cabello que tenía brillaba de rubio. Además llevaba dentro de casa anteojos ahumados, vaya usted a saber por qué. No sé qué le vi que me pareció sospechosa, hasta le puedo decir que su cara, su voz y sus movimientos me resultaban conocidos; tanto me molestaba que, le digo, entré en confusión y le encontré hasta perecido con un profesor que tuvimos en la escuela y que ya no nos enseña más porque se enfermó. Pero en fin, ojala le sirva a Caín para salir de ese mundo repugnante de los subterráneos, sentar cabeza y ser un hombre de bien, señor, como corresponde a mi honorable familia. Pero hay algo más que quería contarle, creo que en mi hogar han empezado a penar. Debe ser el alma de mi tía Paquita, la que falleció el año pasado y no había tenido tiempo de ponerla en mis rezos nocturnos. O de repente la tal Teresita nos ha hecho brujería para atraparlo a mi hermano, porque desde el día de su presentación a la familia están ocurriendo en casa cosas de lo más extrañas. La otra noche yo me fui a acostar, me desnudé, doble toda mi ropa y me puse mi pijama de franela. Después me eché a leer el Hola que mi sagrada madrecita había comprado en el mercado, y cuando estaba en plenos desenfrenos de Estefanía de Mónaco, oigo un clarísimo ruido de una ventosidad. Mi hermano Caín no estaba, y Asco, su perro, no podía haber soltado un gas de esa magnitud; fue claramente una expresión humana. Yo casi me muero, me quedé paralizado del espanto y después fui corriendo al cuarto de mis padres a pedirles me dejaran dormir con ellos. Mi madrecita ya había aceptado pero ese hombre que es mi padre, tosquísimo, me dio un puntapié en mi cola que hasta ahora me duele horrible. La noche siguiente, estando Caín en casa, he escuchado un diálogo pavoroso, con extrañas palabras como lucha armada y cosas así que a mí, lo cuento con mucho pavor, me hicieron soltar la pichi en la cama, fíjese señor. Ay, empecé un rosario entero dedicado a mi tía Paquita pero parece que fue muy poco porque después de ese diálogo lo que empezó fueron unos ronquidos cavernosos que no son los de Caín. Ahí me salió del corazón una plegaria que calmó el ánimo de mi tía Paquita:

Ni bien había terminado mi plegaria, se escuchó un vozarrón que dijo ”¡ya!”, y yo pensé que en el purgatorio mi tía Paquita debe tener corrientes de aire por la ronquera que manifestaba. Esa noche ya no se sintió nada más, pero la siguiente escuché que alguien hacía uso del bacín y cuando miré, Caín dormía como un lirón. Dios Santo, otra vez las plegarias hasta que se calmó. Un buen día todo desapareció por la fuerza de mis oraciones, y recién he tenido el tiempo para pensar en qué terno voy a alquilar para el día de la boda de mi hermano con la tal Teresita…

Fuente:
¡No!, suplemento humorístico del semanario (Lima), Nº 33, págs. 6-7, oct. 5 de 1987.

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